La mentira naturalizada es violencia naturalizada. Decir lo que
pensamos, hablar de lo que sentimos, mostrar lo que vemos no es violencia. Violencia
es falsear lo que sentimos, callar lo que pensamos, ocultar lo que vemos. Para
transformarnos tenemos que HABLAR de lo oculto, VISIBILIZAR la mentira.
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¿De qué hablamos cuando hablamos de mentira?
Eso que llamamos mentira
nace, se desarrolla y vive en todos los ámbitos. En las relaciones
interpersonales, en la religión, en la política, en la calle, en los medios de
comunicación, incluso en la escuela porque forma parte del proceso de culturización.
Hablamos de mentira y nos
referimos a la incongruencia entre el discurso y la acción. Entre aquello que se afirma con ímpetu en términos de principios morales y éticos,
principios fundantes de ideologías o creencias, y que luego se contradice en los hechos cuando
dichas creencias, que habían sido
expresadas en palabras, se disuelven en los comportamientos, en la interacción,
en la práctica, ya que son antagónicos. La palabra que se enuncia desde la
ética y que debería existir desde la praxis, se circunscribe a una suerte de
discurso aleccionador que se mantiene como un códice de mandamientos que la
comunidad conoce y afirma muchas veces apasionadamente desde los enunciados, pero que luego no
practica.
Los discursos juegan aquí
un papel primordial. Es a través de ellos que se transmiten enunciados que sustentan las ideas de lo
políticamente correcto. Dichos enunciados son replicados por las diferentes voces que interactúan en un medio
social que los legitiman. Esto se complejiza en la interacción porque la desconfianza se interpone entre los
sujetos. Cada uno sabe que el otro tiene una intención detrás de lo que
enuncia, un propósito, y es así como cada enunciado se convierte en un
argumento para conseguir algo, más que para comunicarse o expresar
sentimientos. El objetivo es convencer
'al otro' de esas afirmaciones para 'hacerlo hacer', para que el otro se
comporte de determinada manera en pos de un deseo que puede lucir como colectivo, pero en definitiva termina
siendo personal. Y la argumentación, cuyo objetivo es convencer, hacer creer,
hacer hacer, en fin, manipular, será el
molde en el que se ajusten estos
enunciados. Cada sujeto sabe que el otro afirma para obtener y que actúa
haciendo lo contrario de lo que enuncia, pero naturaliza esa práctica y termina
haciendo lo mismo.
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Comunicarse es mentir
La mentira está
naturalizada porque forma parte del proceso
en la red de conexiones que se establecen entre las personas a través
del lenguaje en el medio social. Pero además ha sido incorporada, aprendida,
por el sujeto desde su nacimiento junto con la lengua.
Podríamos decir que hoy
los sujetos no establecen relaciones, establecen 'conexiones', se vinculan con
los otros para obtener algo, pero antes es preciso convencerlo y para ello se
apela a las argumentaciones, estructura discursiva que solemos conocer desde
los textos de opinión, pero que
trasciende la escritura e inclusive la palabra misma. Los gestos, las
miradas, el leguaje corporal, el tono de voz, la manera en que construimos las
frases, es decir, la gramática forman parte de los recursos argumentativos. Y
todo ello se aprende y se utiliza en el lenguaje oral antes, mucho antes, de
que el sujeto aprenda a escribir. Un bebé cuando señala está argumentando, pues
quiere que le acerquen el objeto que
señala, la mamadera, una galleta, un muñeco. El niño aprende a hablar
argumentando, es decir usando al otro para satisfacer sus deseos, que serán
pequeños al principio, pero que irán
creciendo junto con él y complejizándose influido por un medio social que lo
incentiva a usar para satisfacer.
Nos atrevemos a afirmar que la comunicación es argumentación
y la argumentación es servirse del otro. Usar al otro es una práctica aprendida
y naturalizada en nuestros días, y aunque casi
todos los individuos son víctimas
y/o victimarios de ello, alternativamente, aparentan actuar bajo los principios
de cariño y respeto mutuo ya que al
mismo tiempo es natural apelar a la ética como si se hablara de 'los diez
mandamientos', aunque como ya
dijimos, la ética que solo se
materializaría en la práctica, no se practica, solo se enuncia. Los sujetos 'simulan' a fin de manipular y
'el otro' lo sabe, pero lo acepta porque también simula. El otro sabe que va a ser utilizado, pero se
deja, porque ese ritual forma parte de su cultura, de sus costumbres y porque
al fin él hará lo mismo, pues es la única forma
que aprendió para vincularse en
un medio social en el que todo tiene un pago, un valor de cambio. En donde el
otro es siempre un potencial adversario. En donde la palabra, los enunciados no
valen nada.
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Visibilizar para transformar.
Debajo de todo ese
maquillaje del que se suele dotar al lenguaje existe un discurso que nadie
quiere escuchar: el 'discurso negado'.
Este es el que está por debajo de
las afirmaciones políticamente correctas y es el que sí se condice con los
comportamientos, pero que rara vez se pronuncia. Ese es el que conviene mantener escondido
porque cuando se hace consciente lastima. Ese discurso se cuela a través de
algunas voces también en todos los ámbitos,
en la política, en la iglesia, en
la escuela, en el trabajo, en la casa, etc. pero es ley implícita acallarlo.
Por lo común existe, también en todos los ámbitos, una especie de acuerdo
tácito para hacer como que todo funciona correctamente, que el que está equivocado es aquel que pretenda 'blanquearlo'. A ese se lo
condenará, se lo tratará de loco, de agitador, de violento por el simple impulso de describir lo que ve cuando
los comportamientos de la mayoría no se condicen con las vociferaciones y declaraciones de principios. Acallar el discurso negado también es una
práctica aprendida y naturalizada en el proceso de culturización.
Por eso creemos que una
manera de transformar nuestra sociedad y
específicamente transformar la cultura
de la mentira y de la incongruencia, es visibilizar el discurso oculto. Porque
la violencia es un síntoma, la enfermedad está enquistada en la bipolaridad del
ser cuando no puede definir si 'es' lo
que dice o si 'es' lo que hace. Ese borde es el que debe
borrarse para asumir una identidad genuina, para desterrar la mentira, para
desactivar la violencia.
Sostener la mentira es
alimentar la violencia. La transformación social implica un trabajo de unos con
otros, un esfuerzo colectivo para cambiar algo que repercutirá en cada ser
individual y que a su vez cada sujeto construye en la interacción con otros.
Pero primero es preciso pensar, discutir y sobre todo asumir.
Asumamos esto...violencia
es mentir.
Vero Zorzano